Un fraile dominico trazó los primeros caminos forestales de Nueva Vizcaya
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La construcción de los primeros caminos forestales a través del dificilísimo territorio de los montes de Kiangan, en Nueva Vizcaya, se debe a un fraile dominico español, Fray Juan Fernández Villaverde, quien también trazó calles, construyó casas y desarrolló la agricultura en esos lejanos parajes.
El Padre Villaverde estaba encargado, desde el año 1867, de la misión de Lagaui (o Lagawe), cerca de las riberas del río Ibulao. La escabrosidad de las montañas cercanas, la fragosidad de sus pendientes con simas muy profundas y grandes precipicios como los de Silipan y Alimit, hacían muy difícil el tránsito por aquel territorio. A pesar de estas dificultades y la adversidad y fiereza de los kangianes, el padre dominico realizó una labor apostólica, agrícola y de ingeniería de caminos encomiable.
Edificó casas en el valle para lo igorrotes que bajaron de las montañas, proveyéndoles de tierras de cultivo y útiles de labranza. A los cinco años la producción de arroz era suficiente para satisfacer el consumo de las gentes de la misión. El pueblo de Solano le debe el trazado de sus calles, la cerca del cementerio y numerosas plantaciones de café y cacao que desahogaron la economía del municipio. El padre también atendía personalmente una colonia de leprosos.
Entre los años 1888 y 1889 organizó la construcción de un camino entre los pueblos de Bagábag y Carig a través de los montes Abungul y Namacparan (los naturales lo llamaron el camino del Santo Rosario, tal vez por ser el nombre de la Provincia dominica de Filipinas). Sin embargo la principal y más difícil obra del P. Villaverde fue la construcción de un camino a través de los montes de Caraballo, partiendo de Aritao y acabando en San Nicolás (Pangasinan) después de flanquear los montes Salacsac y Viejo. Para que los trabajadores del camino pudieran cobijarse por las noches, se construyeron chabolas a lo largo del mismo. El camino facilitó la comunicación entre diversas tribus de igorrotes e ifugaos, e hizo posible la construcción de nuevas misiones y pueblos.
El P. Villaverde merece ocupar un puesto de honor en la historia de Nueva Vizcaya. Dedicó su vida al bienestar tanto espiritual como material de los habitantes de esa provincia filipina. Con la cabeza blanquecina por una vejez prematura y enfermo de reumatismo y anemia perniciosa, dejó el valle de Kiangan en el año 1897, cuando encontró la muerte durante su travesía a España, cerca ya del puerto de Barcelona.
Por Juan Hernández Hortigüela
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