Ponencia presentada en la Conferencia de la SEECI (Sociedad Española de Estudios de la Comunicación Iberoamericana) 1998
Los que cifran su verdad en la estadística tienen ganada la partida si se trata de calibrar la presencia española en Filipinas en función del número de hispano-hablantes. El resultado negativo es obvio, con su carga de pesimismo. Acepto el resultado, pero no su connotación adversa. Somos una minoría los filipinos que poseemos el idioma español en relación con la totalidad de la población nacional. Pero, esto no nos debe llamar a escándalo.
Recordemos, lo primero, que el español no fue nunca idioma del pueblo filipino. Más bien, siempre fue patrimonio exclusivo de una minoría; entiéndase Gobierno, Iglesia, Milicia, el Comercio y los ámbitos de la docencia y las artes. No hay porqué hurgar ahora en las razones que expliquen esta realidad histórica y aún coetánea. Basta con aceptar el hecho consumado. Lo que nos ahorraría rasgarnos las vestiduras innecesariamente. Después de todo, no empiece la porfía de continuados avatares adversos, esa minoría pervive en nuestros días.
Lo que interesa pues, es conservarla cuando menos y, cuando más, ampliarla hasta sus máximas posibilidades. En esto radica la agonía del español en Filipinas; bien entendido, que empleo la palabra agonía en su sentido unamuniano. Unamuno, en efecto, nos advierte que no debemos confundir agonía con muerte ni siquiera relacionarlas indefectiblemente, porque se puede morir sin agonía y hay, en cambio quienes viven en la agonía y por la agonía. Esto, insisto, es cuanto acontece en Filipinas.
La agonía o lo que es lo mismo, la lucha por la supervivencia del español en Filipinas es secularmente denodada. Sin el apoyo, ni siquiera el agradecimiento, de los países hermanos allende los mares, los filipinos, incansables, vamos apuntalando la conservación del idioma español, propiciando así adeptos y cultivadores del mismo, que, lenta pero inexorablemente, reemplacen a los que por ley de vida ahuecan nuestras filas en el decurso de los años.
La Academia Filipina de la Lengua Española, correspondiente de la Real Academia Española; la concesión anual del Premio Literario Zóbel de tan rancio sabor e indudable prestigio; el Instituto Cervantes, últimamente; la Asociación de Maestros de Español; las aulas de español en los principales centros docentes, así estatales como privados; los recientes acuerdos entre las autoridades filipinas y el Ministerio español de Asuntos Exteriores y la Radiotelevisión Española en orden a intensificar el aprendizaje y cultivo del español en Filipinas; las modestas publicaciones periódicas y los humildes títulos editoriales, así como la fidelidad de los hogares cuyo idioma sigue siendo el español, todos, según sus posibles y con unánime afán, van aportando su clásico granito de arena en pro del ideal común. No hemos rendido, pues, la plaza. Ni se rendirá, porque hacemos nuestra la firme convicción de nuestro eximio poeta Claro Recto, al apostrofar de esta guisa a la lengua de esa minoría filipina:
"No morirás jamás en nuestro suelo que aún guarda tu esplendor. Quien lo pretenda ignora que mis templos y mis ágoras son de bloques que dieron tus canteras"
Los que por otro lado, ciñen lo hispánico al idioma español, cuando comprueban que en Filipinas esta lengua hispana, como ya se ha apuntado, se habla muy minoritariamente, creyendo incluso que va camino de su extinción, nos acosan con angustia: "¿Qué queda ya de España en Filipinas?" Antes de responder, permitidme anteponga una afirmación asaz categórica: Lo hispánico no se agota con el idioma. El hispanismo es más, mucho más que un mero asunto de gramática o de filología tan siquiera de literatura, aunque también abarque todo esto. ¡Mengua sería que España hubiese legado a Filipinas tan sólo su habla, cantarina y bella por demás!
Y ahora responderé a la pregunta, que vuelvo a formular: ¿Qué queda ya de España en Filipinas? En otras palabras, ¿Qué realidad ostenta aún la presencia española en mi país?
Lo primero, a despecho de los llamados espíritus fuertes, esa realidad es la religión católica. El Cristianismo llamó a todas las puertas de Oriente, pero, solamente, bogando en naves españolas, encontró acogida en Filipinas. No extrañe, por tanto, que Filipinas sea "El Unico País Cristiano en el Extremo Oriente". Nuestra fe religiosa no es relumbrón ocasional, sino que subyace en el trasfondo de nuestro diario quehacer, perfila nuestro modo de ser y aflora en los momentos transcendentales de nuestra vida nacional.
De ahí que, por ejemplo, no obstante, intentonas reiteradas en contrario, quedan proscritos en nuestra legislación el aborto, la eutanasia y el divorcio vincular. Por otra parte, el Estado queda obligado, por ley, a proporcionar enseñanza religiosa en los centros docentes gubernamentales a todos los escolares cuyos padres así lo soliciten por escrito. Y si ampliamos la mirada, observaremos que las festividades locales de la inmensa mayoría de nuestras ciudades y pueblos giran alrededor de su Santo Patrón. ¡En cuántas poblaciones, cuando la Misa Mayor de los domingos, todavía se interpreta la Marcha Real española en el momento de la Consagración!
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